Abrir los ojos de nuevo, le había representado un trabajo monumental. Había tenido una pesadilla gris. Espantosa.
Había soñado con sangre, con bebés muertos, con lágrimas y dolor…
¿Pero había sido solo una pesadilla, verdad?
Sus ojos se abrieron y entonces lo supo… no había sido una pesadilla. Había sido el recuerdo de la muerte de su hijo. El recuerdo de que posiblemente su otro hijo le seguiría también.
Fue difícil afrontar eso y no lanzarse del quinto piso de la habitación privada que Marcos había conseguido de alguna manera.
Habían pasado días desde que despertó, pero todavía sentía el cuerpo entumecido por el parto prematuro.
Su segundo bebé —su niño, su pequeño sin nombre— ya no estaba. Lo había sentido morir en esa sala fría. Y ahora, el primero… los médicos tampoco le daban esperanzas.
—Es demasiado prematuro —decían—. 24 semanas. Las probabilidades son bajas. Muy bajas.
Ella no quería escuchar más. No quería nada. Solo quería cerrar los ojos y desaparecer en ese gr