—Deberías irte a un hospital —habló la mujer, con una sonrisa—. De lo contrario…
No esperó ni siquiera a que terminara la frase. Se dio media vuelta y corrió hacia el ascensor.
Las puertas metálicas se abrieron a los pocos segundos y subió al cubículo en medio de un grito desgarrador. Todo su cuerpo se tensó y supo que estaba teniendo contracciones.
Con veinticuatro semanas de gestación, esto de ninguna manera debería estar pasando.
Miró su rostro en el espejo del ascensor. Su aspecto reflejaba la tristeza y la traición. Tenía el pelo desordenado y se adhería a su frente debido al sudor. Sus ojos estaban rojos, con lágrimas. Muchas lágrimas.
Cuando llegó a la planta baja, el guardia contratado por Alejandro y que custodiaba dicha zona se puso alerta al instante.
—Señorita, ¿a dónde va? El señor Alejandro…
—Él no está, y tengo una emergencia justo ahora.
El hombre pareció notar la mancha roja en su ropa y dijo al instante:
—Debo informarle.
—Lo que debes hacer es llevarme a un hospital