¿Decidir?
Decidía que sus hijos estuvieran bien, sanos. Decidía no tener que pasar por nada de esto. Decidía regresar el tiempo atrás y jamás permitir que ese hombre se le acercara.
—Por favor, salven a los dos. No importa si yo muero, pero ellos…
—Haremos todo lo posible —dijo el médico—. Ahora sigue nuestras indicaciones y relájate.
Las palabras del doctor no le dieron el consuelo que necesitaba. Justo ahora el panorama lo notaba demasiado gris. Pero no podía rendirse, no ahora que sus hijos dependían de ella para sobrevivir.
Así que siguió las instrucciones a pesar de que sentía que la partían en dos, que le arrancaban las entrañas con las manos desnudas.
Cada contracción le robaba el aliento; el dolor era tan grande que ya ni siquiera podía gritarlo, solo lo vivía, entero, quemándole por dentro.
—¡Ya viene el primero! ¡Empuja, Selene, empuja!
Y eso hizo.
Empujó.
Empujó fuerte.
Empujó hasta que creyó que los ojos se le saldrían de las órbitas. Y de pronto, un resbalón cal