Su madre lloraba mientras esos hombres guardaban sus pertenencias sin el menor cuidado en el camión de mudanza.
—Oiga, trate eso con más delicadeza, por favor —indicó a uno de los individuos que llevaba un jarrón de colección que le había heredado su abuela hacía muchísimos años—. ¡Llevo más de treinta años conservándolo, no me lo vaya a romper!
El hombre siguió caminando como si no le hubiera escuchado, mientras su progenitora se mostraba cada vez más agitada por la arbitrariedad de la situación.
La injusticia las tenía a ambas muy alteradas.
En el fondo, ella sabía quién había estado detrás de este desalojo.
La extraña historia de la compra, la maldad en sacarlas sin una notificación previa. Todo era demasiado obvio.
Recordó el día anterior, esa tarde en la que estuvo sentada frente a esa mujer… sus palabras, la solicitud que le hizo con total descaro. Era asqueroso siquiera recordarlo.
Y la conclusión era la misma, todos sus problemas se derivaban a una única persona: