El chófer, quien antes había mostrado todo un despliegue de altanería, ahora estaba rígido y muy pálido, como si fuera una estatua.
—No creo en tontas amenazas… —dijo, simulando que las palabras de Alejandro no le habían asustado.
—¿Quieres probarlo?
El médico ladeó un poco la cabeza y sonrió de aquella forma arrogante que tanto lo caracterizaba. Era la representación misma de la maldad, de esa maldad a la que no le importaba aplastar a cualquiera con la suela de su costoso zapato.
—Ortiz, lo mejor será que me den una dirección. Esto se está alargando demasiado… —el hombre se dirigió a su empleador, sabiendo que contra Alejandro no podía combatir. Era un completo cobarde.
—Selene, estamos esperando por ti.
—Un día más, es lo único que…
—The Hamilton Grand Residences —indicó Alejandro con simpleza, atrayendo nuevamente la atención de todos hacia su persona.
La dirección la hizo quedarse por un segundo sin aliento, porque ese era el edificio donde vivía.
¿Alejandro pensaba llevarlas a s