Cuando Marcos salió de la casa de Selene, tenía los pensamientos claros y decisivos. Sabía que no era más que un simple mecánico, sin estudios, sin dinero… pero eso tendría que cambiar. Las circunstancias se lo exigían.
No soportaba ver a Selene llorar un día más; no soportaba ver cómo la humillaban esas personas que por tener dinero se creían mejor que los demás.
Así que se ajustó mejor la sudadera negra con capucha que llevaba y se adentró a la zona más peligrosa de la ciudad. Un lugar que no debería estar visitando en medio de la noche, un lugar que, de no ser por la desesperación y la recomendación de un viejo amigo, ni siquiera pensaría en pisar.
Las puertas metálicas del almacén se abrieron antes de que pudiera tocarlas. Lo estaban observando. De algún lugar, no supo de dónde. Dos hombres lo agarraron por los brazos sin mediar palabra y lo empujaron dentro.
En el centro había una mesa de madera. Sentado detrás, un hombre de unos cincuenta años, calvo, con un abrigo largo negr