—Vete —ordenó Alejandro con dureza, acercándose a su prometida.
—No —se negó esta con renuencia, sin la menor intención de dar un paso atrás. Se veía decidida a no moverse del hospital—. Estoy en todo mi derecho de estar aquí. Será nuestro hijo, no lo olvides.
—Isabella —le advirtió otra vez, gruñendo levemente.
—¿Qué pasa, Alejandro? ¿No era esto lo que acordamos?
—Cuando te dije que te mantuvieras alejada de ella, hablaba en serio, ¿o es que no lo has entendido aún?
—¿Ahora tengo que aceptar que se miren a escondidas? —preguntó con molestia. Las venas de su cuello se tensaron mucho más—. ¡Porque no estoy de acuerdo con eso!
—¡Ya sabes qué hacer si no estás de acuerdo! —le soltó con impaciencia, subiendo el volumen de su voz un poco más de lo requerido.
Para este punto, ya las personas se estaban deteniendo para mirarlos con curiosidad. Ella tampoco dejaba de observarlos, con los puños apretados a los costados y un deseo enorme de correr.
Era increíble el descaro con