Dos días después, salía de la universidad cuando se encontró con el carro de Alejandro estacionado en la entrada.
«Esto tiene que ser un mal chiste», pensó.
¿Ese hombre había venido hasta su universidad? ¿Era en serio?
—¿Qué haces aquí? —abrió la puerta del copiloto sin deseos reales de verlo, mucho menos entrar.
—Sube —indicó el hombre, observándola sin expresión en su rostro.
—Alejandro, por favor —miró ansiosamente a su alrededor, percatándose de que estaban llamando mucho la atención.
—Si no quieres protagonizar otro escándalo, solo sube.
Quiso gruñir de frustración, ¿pero qué más podía hacer? Era eso o arriesgarse a que arruinara su reputación delante de sus compañeros.
—Como quieras —murmuró por lo bajo, subiéndose a ese auto que recién comenzaba a conocer. En casi tres años habían sido contadas las veces en que se había subido en él y ahora… hasta parecía que vivía dentro del auto. Era increíble cómo podían cambiar las cosas en tan poco tiempo.
—¿Qué tal las clases? —sa