Me levanto de la silla con una calma que no siento.
Por dentro, todo en mí está alterado; necesito un momento para procesar cada palabra, cada mirada, cada advertencia que me ha soltado con sutileza.
El peso de su mirada sobre mí, me causa un escalofrío que me recorre toda la piel con una electricidad brutal y difícil de ignorar.
—Harriet —su imponente voz me detiene cuando paso frente a él—. Siéntate.
Pero no lo hago. No me detengo, necesito un poco de espacio. Necesito controlar este maldito resquemor que siento en mi pecho, por lo que sus últimas palabras me han causado.
Escucho sus pasos detrás de mí, firmes, decididos, pesados. Lo siento acercarse sin que me toque, pero de todas maneras mi piel se eriza.
—Harriet.
—Voy a vestirme —digo sin más, entrando al vestidor—. No pretendía desayunar desnuda, Maximilian.
Es mentira. Es una estúpida excusa para poder marcar un poco de distancia.
Al llegar donde están mis cosas, escojo lo primero que alcanzo. Un vestido causal en color azul cl