No sé cómo explicar esta semana sin sentir que algo en mi pecho se encoge. Ha sido… extraña. No mala, ni tensa, ni incómoda. Solo… rara. La niebla invisible que hay entre Maximilian y yo desde aquella noche que llegó del Palacio Real ha sido muy difícil de quitar.
Ambos hemos intentado cruzarla, romperla, disiparla, pero no hemos podido del todo.
Maximilian ha estado conmigo todas las noches. Todas. Fielmente regresa al castillo a la medianoche, conmigo esperándolo despierta en la cama con la misma fidelidad. Solo le he preguntado si está bien, aunque notoriamente algo lo agobia, lo tiene cargado y obstinado.
Pero ya no le pregunto nada más después de eso. Solo me apresuro a besarlo, a sentirlo, y él me corresponde con la misma urgencia. Terminamos haciendo el amor, terminamos teniendo sexo, conociéndonos un poco más y, aunque aún no se atreve a llenarme de su esencia, me ha hecho subir al cielo con cada arremetida, con cada caricia, con cada beso.
Nuestra intimidad poco a poco ha subi