Mi corazón se detiene un segundo, su mirada me estremece por dentro. No sabría como describirla. Porque sí, se nota que es una mirada contenida y que está llena de impotencia, pero también de miedo. Sigo viendo ese miedo. Y si no lo es, entonces sería desesperación.
Lo que sea que esté revolviéndose dentro de Maximilian, se nota que lo tiene en un estado de amargura que no quiere soltar.
Y a mí no me gusta. No me gusta como suenan sus palabras. «Solo me queda enfrentarla», ¿qué significa eso? Parece como si hubiera una sentencia escrita en piedra esperándolo fuera de esta habitación. Como si ya no tuviera ninguna opción.
«¿Acaso tiene que ver con su hermano?».
«¿Maximilian ha pedido legalmente que lo saquen de aquí?».
De solo pensarlo, algo dentro de mí se encoge. La empatía me puede.
—¿Enfrentar qué, exactamente? —pregunto con todo el cuidado del mundo, despacio, sin elevar el tono, sin desafiarlo, porque ya me ha dijo que no me lo dirá.
¿Pero cómo me quedo callada? No p