Su advertencia sigue retumbando en mi cabeza pese al silencio incómodo que ha dejado con su partida. Trago saliva, todavía estoy nerviosa por el susto que acabo de pasar, pero finjo que todo está bien porque los ojos del capitán Adrián siguen observándome de una manera que ni sé cómo describir.
¿Acaso está también molesto por mi terquedad? ¿O se siente frustrado porque casi ocurre un accidente y él no estaba para ayudarme? Digo, es mi sombra, mi cuidador, quien debe velar por mi seguridad y supongo que se siente… no lo sé. Que ha fallado, ¿tal vez?
—Alteza, permítame llevarla de regreso —dice con calma, pese a lo endurecido de su mirada.
Niego de inmediato. No quiero que me lleve, yo mismo puedo caminar de regreso sin importar que tanto me tiemblan las piernas o me arda el pecho por la misma adrenalina que no termina de soltarme.
—Le agradezco —respondo al fin—, pero no hace falta. Quiero caminar de regreso.
Él parece querer resistir, parece que quiere imponerse otra vez y eso no me ag