Epílogo
Corleone casi sufrió un ataque al corazón cuando entró en su oficina y vio a su hija trepada sobre el espaldar del sofá de espaldas a él, haciendo malabares para mantenerse de pie. Tenía un parche en el ojo y una espada de plástico en la mano. En el suelo, el perro y amigo fiel de su hija, ladraba y brincaba.

—¡Estamos por llegar a tierra! —gritó su hija.

Hace unos minutos habían estado en la sala jugando juntos y entonces se había distraído un minuto, solo un minuto, suficiente para que su hija desapareciera. Su hija le daba un nuevo sentido a estar alerta. Sin importar cuan atento a ella estuviera, la pequeña traviesa siempre lograba escabullirse.

Estaba bastante seguro de que algunas canas prematuras habían comenzado a asomar en su cabeza gracias a las travesuras de su hija.

—Mia —llamó, su voz grave y severa.

Su hija se dio la vuelta, mirándolo con aquellos ojos tan parecidos a los de su madre. En todo lo demás era una copia exacta de él.

—Fue su idea —dijo la pequeña, señalando al
Joana Guzman

Hasta aquí llegó la historia de nuestro gruñón y su campanita. Fue un poco más larga de lo que algunas probablemente esperaban, pero era la justa medida de lo que ambos necesitaban para cerrar bien su historia. La siguiente historia será de Gino y Greta, será una historia corta (no demasiado) que podrán leerla a continuación de esta misma. Gracias a todas las que llegaron hasta aquí, a las personas que se tomaron el tiempo de comentar y también a las lectoras silenciosas.

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