—¿Podrías traerme un helado, por favor? —pidió Caterine, mirando a Corleone con una sonrisa suave.
Él estuvo a punto de sugerir que podía llamar a su madre para que se lo trajeran cuando vio algo en la mirada de Caterine y pronto entendió el mensaje. Así que, sin más preguntas, asintió y se puso de pie.
—Regresaré pronto —dijo.
Se inclinó hacia ella y le rozó los labios en un beso breve antes de dirigirse hacia la puerta.
Caterine esperó a que él saliera de la habitación antes de volver su atención a su padre.
—¿Podrías acomodarme la almohada, por favor? —pidió.
Apenas terminó de formular la petición cuando su padre ya estaba a su lado.
—¿Está bien así? —preguntó él después de mover la almohada.
—Sí, perfecto —respondió, subiendo un poco hacia arriba para sentarse mejor—. Si siguen consintiéndome tanto, terminaran por malcriarme y nunca más querré hacer nada más por mi cuenta —bromeó.
Su padre esbozó una pequeña sonrisa, pero no alcanzó a sus ojos.
Caterine suspiró con suavidad. Su pad