La próxima vez que Caterine despertó, la luz del día entraba a raudales por las ventanas, tiñendo la habitación de un resplandor suave y cálido. El lugar estaba en completo silencio, solo roto por la respiración acompasada de Corleone.
Se sorprendió un poco al notar que su padre no estaba allí; probablemente su madre tenía algo que ver con eso. Era la única que podría haberlo convencido de abandonar su lugar junto a la puerta. Sin embargo, no le cabía duda de que había dejado al menos cuatro hombres apostados fuera, custodiando su habitación.
Desvió la mirada hacia Corleone y sintió un leve cosquilleo en el pecho. Él descansaba en el sillón junto a su cama, con un brazo envuelto alrededor de su vientre en un gesto instintivamente protector. Su cabeza también reposaba allí, como si buscara mantenerse lo más cerca posible de ella y del bebé. La postura era incómoda, sin duda le dejaría el cuello adolorido más tarde, pero parecía no importarle en lo absoluto.
Por un instante, solo lo con