Greta acariciaba la pulsera que descansaba en su muñeca mientras esperaba que el vuelo despegara. Era un regalo de Gino, él se la había entregado la noche anterior y luego le había hecho el amor como si fuera a irse un año en lugar de una semana. Gino siempre encontraba excusas para regalarle viajes, joyas, flores, sus chocolates favoritos. Él la tenía demasiado mimada, aunque él decía que nunca sería demasiado.
El piloto habló a través del parlante y anunció a través del parlante que pronto empezarían el despegue. Greta cerró los ojos y tomó una respiración profunda, mientras jugaba ansiosamente con la pulsera.
—¿Te da miedo volar?
Greta abrió los ojos y giró la cabeza, tan rápido que sintió un leve tirón en el cuello.
—Gino, ¿qué haces aquí? —preguntó, sorprendida, al ver a su novio sentado junto a ella, con una sonrisa cómplice.
—Pensé en tomarme un descanso y acompañarte de viaje —respondió, entrelazando su mano con la de ella.
—¿Cómo te las ingeniaste para lograr subir a bordo?