—Esto se trata de ti, de tu placer. Pero también es algo egoísta. Cada vez que te acabas entre mis brazos es un espectáculo maravilloso. Me perturba y me transporta ver tu cara y escuchar tus gritos. Esto agregará diversión. Te lo puedo colocar ahora y puedes disfrutarlo mientras comemos, mientras damos un paseo.
Regina consideró unos instantes la propuesta, mordiendo sus labios.
Podía imaginar las sensaciones, la mirada de él sobre sí, pero tenía límites.
—No me atrevería a exponerme a la vista de otros de esta manera.
—Eso le agrega picardía al asunto—guiñó un ojo, seductor—. Imagínate, tu vagina temblando y tú intentando no mostrar el placer. Nadie, salvo yo, tiene que saberlo.
—¿Y qué pasa si me corro en presencia de alguien?
—Solo pensarlo me pone a mil. Tu corriéndote, yo mirando y viendo cómo te contienes—susurró Milo, tomando su mano y haciendo que envolviera y acariciara su miembro por encima del pantalón.
Su enorme erección pugnaba por escapar y sintió el calor. Sin hablar m