MILO
Se sintió aliviado al desprenderse de la presencia de su hermano Jace quien, como si supiera sus intenciones, se había presentado esa tarde de sábado en las oficinas con intenciones de trabajar, algo que de habitual no realizaba los fines de semana. Su hermano solía tomar los sábados y domingos para resguardarse a solas, como el ermitaño que era desde hacía cinco años. La razón de esta presencia y de su ánimo de conversación preocupada era laboral: quería dejar en evidencia sus reticencias, preocupado por las implicancias de los cambios estructurales que los nuevos clientes exigían a sus diseños arquitectónicos. Jace era un artista, un consumado arquitecto que diseñaba lugares hermosos y le costaba mucho aceptar cambios. Lo escuchó tanto como pudo, consciente de que su metódico hermano necesitaba que reforzaran su convicción de que ningún detalle importante se perdería en el camino hacia la concreción de sus maquetas. Al mirar su Rolex y ver que apenas quedaban quince minutos par