El whisky ardía en mi garganta como una promesa rota. Tres dedos de Macallan 25 años, el favorito de mi padre. Irónico que bebiera lo mismo que él mientras contemplaba su traición.
Las fotografías estaban esparcidas sobre mi escritorio de caoba como cartas de un tarot maldito. Cinco imágenes. Cinco momentos que destrozaban todo lo que había construido desde que tomé el control del cártel. En cada una de ellas, Camila. Mi esposa. La mujer que dormía en mi cama y que ahora parecía dormir también con mis secretos.
La primera foto: Camila en una cafetería de San Diego, tres semanas antes de nuestra boda. La segunda: la misma cafetería, distinto día, distinta ropa. La tercera: un intercambio de documentos. La cuarta: un apretón de manos con un hombre que reconocí al instante. Agente Ramírez, DEA. La quinta: una sonrisa cómplice.
Pasé el dedo por el borde de la última fotografía. Su sonrisa. Esa maldita sonrisa que me desarmaba en la oscuridad de nuestra habitación ahora parecía la mueca de