El mensaje llegó cuando estaba en el baño. Un simple pitido que cambiaría todo.
Envolví mi cuerpo mojado en una toalla y tomé el teléfono. Era un número desconocido, pero el contenido me heló la sangre:
"Tengo a Daniela. Si quieres volver a verla con vida, ven sola al muelle abandonado de Puerto Viejo a las 11 PM. Sin Elías, sin guardias, sin armas. Un solo movimiento en falso y tu amiga pagará por tu estupidez. No es negociable. —Julián"
Adjunta venía una foto. Daniela, mi mejor amiga desde la universidad, amordazada, con el rostro hinchado y un periódico del día en sus manos temblorosas. Sus ojos, esos ojos que siempre brillaban con optimismo, ahora solo reflejaban terror puro.
Me desplomé sobre el borde de la bañera. El agua aún goteaba de mi cabello, mezclándose con las primeras lágrimas que comenzaron a caer. Daniela no tenía nada que ver con este mundo. Era pediatra, por Dios. Dedicaba su vida a salvar niños mientras yo me hundía en un pantano de sangre y mentiras.
—¿Camila? —La