El agua caliente caía sobre mi cuerpo como un manto protector, pero ni siquiera el vapor podía disolver la sensación de estar siendo observada. Llevaba tres días viviendo en la mansión Montoya, tres días de miradas oblicuas, susurros interrumpidos cuando entraba a una habitación, y la constante sombra de Elías siguiéndome como un depredador paciente.
Cerré la llave y me envolví en una toalla. El espejo empañado me devolvió una versión difusa de mí misma, como si hasta mi reflejo dudara de quién era yo realmente. Limpié el cristal con la mano y me enfrenté a mis propios ojos.
"Eres Camila Rivas", me dije. "Doctora en psicología forense. No eres tu padre. No eres una Rivas como ellos creen."
Pero la voz en mi cabeza respondió con otra pregunta: *¿Entonces por qué estás aquí?*
El golpe en la puerta me sobresaltó.
—Señora Montoya —la voz de Mateo, el guardia personal de Elías, sonaba tensa—. El señor solicita su presencia en su despacho. Inmediatamente.
No respondí. Me vestí con unos jean