Del otro lado del teléfono sonó una voz seria, me sonaba conocida.
La música seguía a todo volumen en la sala y solo alcanzaba a entender un poco lo que decía, pero entre más escuchaba, más familiar me sonaba.
¿Era…? ¿Era ese odioso Mateo?
—¡Tomar! ¡Sigamos tomando! —gritó de la nada Valerie, levantando la mano desde el sofá.
La miré, medio ida, y le sonreí:
—Sí, a tomar, voy a comprar más vino, jeje, seguimos tomando…
Corté la llamada y, con el celular en el bolsillo, me tambaleé hasta la puerta.
En cuanto la abrí, una silueta alta entró de golpe, me empujó contra el marco y me dejó pegada al perchero de la entrada.
Lo vi, tenía la mirada perdida:
—¿Tú quién eres? ¡Lárgate!
—¡Aurora! —rugió entre dientes el hombre frente a mí, y enseguida prendió la luz.
Antes, Valerie había apagado todas las lámparas para hacer ambiente, dejando solo una luz tenue.
Ahora, cuando prendió el interruptor, la sala quedó iluminada de golpe.
Lo reconocí enseguida: era Mateo.
Le sonreí, toda torpe:
—¿Tú… tú