Él me fulminó con la mirada:
—¿Eres un perro o qué?
—Bájame, quiero ir a comprar vino.
Mateo no respondió, simplemente me cargó a toda prisa de nuevo dentro de la casa y me empujó con brusquedad para sentarme en la silla.
Yo intenté levantarme, pero de repente me gritó:
—¡No te muevas!
Mi cuerpo tembló entero con su rugido, y la tristeza y la rabia me invadieron aún más.
Pensar que me odiaba tanto, que se atrevía a meterse a la fuerza en mi casa y encima a gritarme, se sintió muy injusto.
Se me hizo un nudo en la garganta y le reclamé:
—Esta es mi casa, lárgate.
Mateo se quedó de pie frente a mí, me miró desde arriba con esos ojos llenos de ira.
Apreté los labios, jugueteé con el borde de la mesa y dije en voz baja:
—Por más que me mires así, no te tengo miedo… tú… tú igual tienes que largarte…
Él se rio, no me respondió y volvió a sacar el celular para marcar.
—Cuando vengas, trae pomada y vendas.
Pausó.
—Tranquilo, tu mujer no está herida. Apúrate.
Colgó sin mirarme y fue a apagar la