Javier me pasó la caja de comida mientras decía eso.
Dudé un par de segundos, pero al final la agarré:
—…Gracias.
Me di la vuelta y la dejé sobre la mesa de la sala. Cuando bajé la mirada, vi en la pantalla del video la cara seria de Mateo.
Él sonrió con sarcasmo:
—Ya decía yo por qué no quisiste mudarte conmigo y los niños. Así que esta es tu definición de “irte de la casa de Javier”.
—No es así, yo…
Ni me dejó terminar; colgó de golpe la videollamada.
Me quedé mirando la pantalla apagada del celular, agotada.
Javier se acercó, apenado:
—Perdón, por mi culpa volvió a malinterpretar las cosas. ¿Quieres que le explique?
—No —le dije tranquila—, es tarde, deberías descansar.
Como sé lo que Mateo piensa de él, cualquier explicación solo lo iba a empeorar.
Javier me sostuvo la mirada unos segundos, luego sonrió suavemente:
—Está bien, entonces me voy. Descansa tú también.
—Bueno.
Lo acompañé a la puerta y cuando se fue, me recargué en la madera, suspirando cansada.
Saqué el celular, abrí n