—Ahora sí me estás calumniando —le dije, apartando la mano con la que me apretaba el brazo.
—Suéltame, voy a hablar con ellos y te prometo que se irán contigo sin problemas.
Mateo me lanzó una mirada furiosa.
Yo, sonriendo, añadí:
—Sigues siendo igual de difícil de complacer. Ya acepté convencerlos para que se queden contigo unos días, ¿y aún así te enojas?
Mateo apretó la mandíbula, se mordió la mejilla por dentro y, al final, dijo:
—Bien, ve a hablar con ellos.
—Entonces suéltame.
Señalé su mano, todavía sujetando mi brazo.
Él desvió la mirada, respiró hondo y por fin me soltó.
Los dos niños nos miraban confundidos.
—¿Mami, papi está peleando contigo? —preguntó Luki.
Sonreí:
—No, cariño.
Embi agarró mi mano:
—Entonces, ¿todavía vamos a vivir con papi?
—¿Quieren ir? —les devolví la pregunta.
Los dos asintieron a la vez.
—Entonces hoy se irán con él.
—¿Y tú, mami? —Embi me abrazó la mano con fuerza.
Sonreí, acariciándole la cabecita:
—Ustedes quédense allá unos días, mami los irá a bus