Luki asintió sin dudar.
Embi pensó tres segundos y preguntó:
—Si vivimos con papi, ¿todavía podremos ver a Javier?
Mateo respiró hondo, conteniendo sus emociones, y sonrió:
—Claro que sí.
—Entonces quiero vivir con papi —Embi sonrió.
—Además de Javier, también me gusta papi.
Mateo sonrió, aunque en su mirada se escondía una insatisfacción, como si hubiera decidido borrar para siempre el nombre de “tío Javier” del mundo de su hija.
De repente, me miró y les dijo a los dos pequeños:
—Hoy mismo se van con papi a casa.
—¡Sí!
—¡No!
Luki y yo respondimos al mismo tiempo. Él me miró sorprendido:
—¿Por qué no, mami?
Reprimiendo mi enojo, le expliqué con calma:
—Tu papi siempre está muy ocupado, si se van con él, no habrá nadie que los cuide.
—Estos días no estoy ocupado, puedo quedarme en casa todos los días con ellos —dijo Mateo, me miró fijo y se mostró indiferente.
—Y si no, ahí tengo a una sirvienta que lleva años conmigo. Mucho mejor que tú, que los dejas con ese hombre.
—Pero…
—Recuerda,