—Siempre dices que no confío en ti, ¿pero sabes qué? Yo también investigué en ese entonces. Quería con todas mis fuerzas encontrar pruebas que demostraran tu inocencia, ¡pero no había nada! Todos decían que ese riñón lo interceptaste tú a mitad de camino, hasta las cámaras lo mostraban. ¡Incluso tu propio padre y tu propio hermano lo afirmaban! —la voz de Mateo sonaba molesta.
Sí… hasta mi propio papá y mi propio hermano me traicionaron.
Entonces, ¿qué más podía decir yo?
Llena de tristeza, bajé la cabeza y ya no quise hablar.
Mateo apretó con fuerza mi hombro.
—Yo sé que estabas desesperada por salvar a tu madre —dijo con seriedad.
—Incluso si me lo hubieras confesado tú misma, no me habría dolido tanto. ¡Pero no! Han pasado cuatro años y no muestras el más mínimo arrepentimiento. Yo… yo ni siquiera sé cómo tratarte.
Sus ojos oscuros revelaban sus sentimientos encontrados; me miraba fijamente, con rabia contenida.
De repente, entendí que ambos estábamos encerrados juntos en una cárcel