La voz de Mateo sonaba grave y estable, sin mostrar emociones:
—Entonces dime, ¿qué te hizo él?
No esperaba que Mateo fuera el que contestara la llamada.
Respondí con seriedad:
—No es asunto tuyo, ¿dónde está Alan? ¡Pásamelo!
—¿Que no es asunto mío? —Mateo se rio, molesto.
—¿Mi esposa le habla en ese tono a mi mejor amigo, y tú me dices que no es asunto mío?
Quedé completamente desconcertada.
¡Claro que no era asunto suyo! ¿Y él con qué derecho hacía esos comentarios sarcásticos?
Además, ¿y con qué “tono” le hablé?
¿Y en serio me dijo esposa? Me odia y aun así me llama su esposa, increíble.
Le respondí, furiosa:
—¿Dónde está Alan? ¡Dile que venga de una vez!
—¡Él no puede contestar! —respondió Mateo, con tono seco.
—¿Qué pasa, está paralítico o muerto, que no puede contestar? —dije fastidiada.
—Aurora, cuidado con lo que dices —me advirtió con seriedad.
Ya no tenía nada de paciencia, así que pregunté directamente:
—¿Dónde está? Mándame la dirección.
En cuanto terminé de hablar, Mateo c