No dije nada más, solo le pasé por el lado, y entré al bar.
Pero él me agarró de golpe, apretando con demasiada fuerza, sus ojos oscuros llenos de furia e irritación.
Furiosa, le dije:
—¿Qué haces? ¡Suéltame!
—Saca a mi hijo de la casa de Javier —Mateo habló con una voz que no admitía respuesta.
No le presté atención y traté de soltarme de su mano.
En ese instante, Alan salió tambaleándose del bar.
—¿No dijiste que venías a tomar conmigo? ¿Qué haces parado afuera? Vamos, vamos… adentro, a seguir bebiendo.
Mateo no le puso atención; su mirada asesina se quedó fija en mí.
Alan se quedó un momento desconcertado, luego siguió su mirada y fue cuando me vio.
Y a diferencia de la sonrisa relajada con la que siempre me recibía, esta vez se puso serio de golpe.
—Ah, eras tú… está bien, hablen afuera, yo voy a seguir tomando.
Dicho esto, volvió a entrar tambaleándose hacia un salón privado.
Yo me solté de la mano de Mateo y lo seguí.
Cuando entré, vi que Alan subía directamente al segundo piso,