Me quedé impactada, sin saber cómo responder a esa pregunta.
Sobre mi relación con Mateo, tampoco sabía cómo explicárselo a estos dos pequeños.
Los pleitos de los adultos ellos no los entenderían.
Los lazos de sangre eran más fuertes que cualquier otra cosa: aunque esa noche Mateo los regañó, igual lo seguían queriendo como su papá.
Luki y Embi me miraban sin parpadear, esperando mi respuesta.
Sonreí y respondí:
—No, mami no odia a papi.
Cuando escucharon mi respuesta, los dos niños sonrieron al instante.
Luki me abrazó y dijo:
—Qué bueno que mami no odie a papi.
Lo miré extrañada, esa frase me sonó rara. ¿No me digas que planeaba hacer algo?
El desayuno y las medicinas llegaron rápido.
Tomé dos pastillas para la fiebre, luego me quedé vigilando a los dos pequeños hasta que terminaron de comer. Después les recordé que se quedaran en el cuarto jugando con los juguetes y que no corrieran por ahí. Solo entonces me acosté a descansar.
Después de tomar la medicina, en media hora mi cabeza e