La videollamada tardó un buen rato en ser contestada.
Antes de que Alan girara la cámara del celular hacia los dos pequeños, la voz seria de Mateo se escuchó:
—Estoy en una reunión, adiós.
—No, yo...
Ni siquiera terminó de hablar cuando Mateo en serio colgó la llamada.
Alan parpadeó un par de veces, con ganas de estrellar el celular del coraje.
De pronto vio a Embi mirándolo con los ojos llenos de lágrimas, lo que le ablandó el corazón.
Reprimió el enojo y, sonriendo, se acercó a Embi.
—Tu papá dijo que ya viene en camino, que regresará pronto.
—¡Mentira! —dijo Embi, sollozando.
—Está en una reunión, no va a regresar. Él no quiere vernos a mí y a mi hermano.
—No, claro que sí quiere.
—¡No, él ni nos quiere! Y tú también eres un mentiroso. No te quiero de padrino, tampoco quiero a mi papá. ¡Quiero irme a casa, quiero a mi mami, mami...!
Alan se quedó pasmado. Ahora sí que estaba en problemas; hasta su papel de padrino corría peligro.
Pensó en salir a comprar unos juguetes para calmarlos