Asentí.
En el jardín del hospital había varios pacientes tomando el sol.
Javier se sentó en una banca amplia y me dio una palmada en el espacio junto a él.
Me senté y le pregunté:
—¿Tú también viniste a ver a la mamá de Mateo?
—Siempre odié a su mamá —respondió.
—Por eso mi papá siempre me pegaba.
Apreté los labios, sin saber qué decir.
Después de todo, no es común que un niño quiera a su madrastra.
—Pero la verdad es que fue muy buena con mi hermana y conmigo —añadió.
—Más incluso que nuestra mamá biológica. Pero, ¿de qué sirve? Al final, no era nuestra mamá de verdad.
—Ahora que está más grave, que tal vez no le quede mucho tiempo… ¿te da gusto ver eso? —le pregunté, mirándolo fijamente.
Javier, que parecía molesto, miró al horizonte.
Después de un rato, contestó:
—Tiene el riñón de mi papá. Por supuesto, quiero que siga viva.
—…Ah.
Claro, en el fondo, siempre aprecias al que te hace sentir amado.
Como Sayuri fue buena con ellos desde pequeños, aunque él diga que la odiaba, en realid