—¡Ah! ¿Qué pasa? ¿Por qué todo se apagó?
—Dios, no veo nada, ¡alguien me está pisando, quítate…!
—Ay, tengo miedo a la oscuridad… cariño, ¿dónde estás?
El salón se volvió un caos y, en un instante, todo se descontroló: gritos, llanto, empujones, golpes contra las mesas con champaña… y yo solo podía pensar en Mateo.
Lo llamé desesperada mientras avanzaba hacia la salida, guiándome apenas por el brillo débil de algunos teléfonos.
Pero el apagón ya había causado pánico; todos temían que hubiera ocurrido un accidente grave en el hotel, y la multitud empezó a huir a empujones hacia la puerta. En cuestión de segundos la gente me arrinconó.
No alcanzaba a ver a Mateo, ni siquiera a Alan, que un momento antes estaba junto a mí.
Alcancé a oírlo hablar por teléfono, preguntarles a los guardaespaldas qué estaba pasando y exigir que restablecieran la electricidad cuanto antes; por la cercanía de la voz, estaba claro que no se encontraba lejos.
También escuché las maldiciones de Waylon y Henry:
—Ma