Con la vista borrosa, solo alcanzaba a distinguir a la multitud desesperada empujando para salir.
Entonces, escuché una voz baja, tranquila y siniestra junto a mi oído:
—Perdóname, Aurora, pero tú me obligaste a hacer esto.
—¡Aurora! ¡Aurora, ¿dónde estás?! —la voz ansiosa de Alan se oyó desde no muy lejos.
Estiré el brazo, tratando de tocarlo, pero mis dedos no encontraron nada.
—Los guardaespaldas ya ayudaron al equipo médico a llevarse a Mateo —gritaba Alan entre la confusión—. Ya va camino al hospital, no tienes que angustiarte. ¡Aurora, ven hacia mí! ¡Vamos juntos para esperarlo! Cuando despierte, lo primero que va a querer ver será tu cara. ¿Me oíste, Aurora? Si me oíste, respóndeme. ¡Ay, me empujaste, aléjate un poco…!
La voz de Alan se fue apagando… las luces de los teléfonos se convirtieron en unos puntitos que daban vueltas… y luego todo se volvió negro.
Cuando perdí el conocimiento, solo pensé una cosa: “Menos mal Mateo ya había sido llevado al hospital”.
No sabía cuánto tie