Quedé paralizada cuando vi a Mateo aparecer de la nada frente a mí.
Tuve una mala premonición; la sentí en todo el cuerpo.
Él estaba de espaldas a mí, tan alto y firme, bloqueando por completo mi visión del resto del salón.
De repente, escuché unos jadeos; Alan corría como un loco hacia nosotros, gritando desesperado.
—Mateo, Mateo —gritaba.
Los policías apartaron a Camila, que se estaba riendo como una demente.
Tenía las manos y el cuerpo cubiertos de sangre… y el cuchillo que antes estaba en su abdomen… había desaparecido.
Empecé a temblar toda.
Espabilé, traté de ponerme al frente de Mateo… y entonces lo vi. El cuchillo estaba clavado en su pecho; la sangre empapaba su traje. Era una mancha enorme y fatal.
Mi vista se nubló; todo se volvió negro a mi alrededor y los oídos me zumbaban.
Me cubrí la boca, quise gritar… pero no me salió ni un suspiro.
Mateo aún me sonreía, tratando de tranquilizarme, pero era una sonrisa tan frágil que me rompió el alma.
—No pasa nada… Aurora… —murmur