Ojalá Mateo no estuviera en la habitación.
Con todo lo que había pasado ese día, quedarme a solas con él solo podía ponerse incómodo… o peligroso.
Toqué tres veces la puerta.
No hubo respuesta.
¿De verdad no estaba?
Perfecto. Iba a entrar, tomar el libro e irme sin que él lo supiera.
Giré la manija.
Me di cuenta de que no tenía seguro.
En cuanto crucé la puerta, me detuve.
La luz del baño seguía encendida.
Podía oír el agua.
Se estaba duchando.
Rápido, empecé a buscar el libro del cuento.
Si lo encontraba antes de que saliera, todo quedaría en silencio, como si nunca hubiera entrado.
Pero después de revisar toda la habitación, no lo encontraba por ninguna parte.
Me acerqué al buró y abrí el cajón; lo que hallé fue un álbum de fotos.
Quedé intrigada.
Había vivido años en esa mansión.
"¿Desde cuándo estaba ese álbum aquí?"
La curiosidad pudo más que la prudencia.
Lo abrí.
La primera foto… era yo.
Pasé la página.
La siguiente también era yo.
Y la siguiente.
Y la siguiente.
El corazón me d