Javier se quedó en la entrada de la habitación.
Su mirada pasó por la comida frente a mí.
—Pensé que habías subido solo para traerle comida a Embi —dijo con una sonrisa extrañamente tranquila—. No imaginé que tuvieras tan buen corazón y trajeras también comida para mi prometida.
La palabra “prometida” la acentuó un poco, con un tono irónico que no se molestó en ocultar.
Mateo se molestó.
—Embi no puede comer mucho. Le pedí que le ayudara a terminarla.
—Ah...
Javier se rio un poco, como si de pronto entendiera algo, y entró con su propia bandeja.
Entonces se detuvo frente a mí.
Sus ojos me observaron; aunque sonreía con tranquilidad, no transmitía nada de cariño.
—Tal vez, la comida que Mateo preparó para Embi no te guste mucho. Come la mía —dijo—. La preparé especialmente para ti.
Apreté los cubiertos, sin saber cómo responder.
Después de pensarlo unos segundos, sonreí.
—Pon la tuya también. Voy a comer de ambas.
Javier se rio un poco.
—¿Pero vas a poder con todo? Aurora, dale; solo pu