Mateo no dijo nada. Ni siquiera me miró.
Salió de la habitación.
En cuanto se fue, Embi me dijo:
—Mami, mejor baja a comer. Es que el olor de esa comida no me gusta. Mi pancita todavía está mal...
Lo dijo mientras se tapaba la naricita con su manita regordeta, muy seria.
De inmediato entendí lo que intentaba hacer.
Era tan evidente que hasta Javier debía haberlo notado.
Pero, para mi sorpresa, Javier giró la cabeza y me dijo:
—Entonces baja más tarde. Embi todavía no se recupera. Es mejor que no huela la comida.
Me quedé inmóvil un segundo.
Cada vez entendía menos a Javier.
La intención de Embi de dejarnos solos era clarísima, y aun así él no se molestaba y hasta cooperaba.
¿Qué buscaba con eso?
Mientras más difícil era leerlo, más me sentía en peligro.
De repente, Embi insistió:
—Mami, baja ya. De verdad no quiero oler esa comida.
No pude evitar sonreír y suspirar.
—Está bien, mami baja a comer y luego sube contigo.
—Está bien, mami, come despacito.
Toda la intención se le veía en la