Me asusté y la cargué de inmediato.
—Embi, ¿qué pasó? Embi...
Javier se acercó rápido, la tomó de mis brazos y la volteó para inclinarla al borde de la cama mientras vomitaba.
Desesperada, solo pude mirar cómo mi hija no paraba de vomitar.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
De repente, Luki vino y me jaló la mano suavemente.
Bajé la mirada hacia él.
—Mami, Embi va a estar bien. No te preocupes —me dijo, mirándome con preocupación.
Cuando lo escuché, se me llenaron de lágrimas los ojos.
Hacía un momento todavía estaba molesto conmigo, sin dejar que lo tocara... pero en lo importante, siempre terminaba pendiente de mí y de cómo me sentía.
Le acaricié la cabeza.
—Sí...
Cuando levanté la mirada, vi a Mateo mirando fijamente a Embi. Su mano estaba apretada con tanta fuerza que los tendones se marcaban; estaba nervioso y angustiado.
Respiré hondo.
Mientras Embi no mejorara, Mateo y yo no íbamos a poder vivir en paz.
Javier le acarició la espalda a Embi, la ayudó a terminar de vomitar; lu