Cerré los ojos despacio, con el corazón tan herido que casi no podía respirar.
Quería decirle que, en realidad, él nunca fue desagradable.
Aunque no hubiera recuperado de verdad esos recuerdos, mi intuición me decía que la muchacha que fui no habría podido odiar al Mateo de entonces.
Si de verdad lo hubiera detestado, ni aun olvidándolo habría podido volver a enamorarme de él.
—¡Suéltala!
De repente, una voz seria sonó.
Antes de que alcanzara a reaccionar, alguien me apartó de los brazos de Mateo con un tirón.
Cuando levanté la vista, vi que era Javier.
Con un brazo me agarró, mientras en el otro todavía llevaba el desayuno recién comprado.
Miró a Mateo, serio.
—Si ella ya tomó una decisión, por favor, deja de insistir.
Con los ojos rojos de ira y dolor, Mateo me observó y cerró los puños.
Pasó un rato en silencio antes de decir:
—Te lo pregunto por última vez, ¿con quién te quedas?
Sentí la garganta seca, iba a responder, pero él añadió:
—Si de verdad quieres estar con él, me iré. No