Camila y Carlos estaban en el patio, con bolsas de regalos en las manos.
Cuando Camila me vio, su expresión se puso tensa de inmediato.
Esperó unos segundos y luego se rio.
—¿Así que, mi querido hermano, por fin se dignó a regresar? —dijo, con tono sarcástico.
—Pensé que te habías quedado allá, tan feliz con ellos. Dime, ¿se sentía bien ver a esa pareja tan enamorada, viviendo su vida perfecta?
Se notaba el sarcasmo en cada palabra.
Javier no le respondió. Simplemente me tomó de la mano y me llevó adentro de la casa.
La mirada de Camila cayó enseguida sobre nuestras manos entrelazadas.
Se molestó mucho y, de repente, dio unos pasos rápidos para interponerse frente a mí.
—¿Qué significa esto?
Ni Javier ni yo dijimos nada.
Sus ojos brillaron con desprecio cuando volteó hacia mí.
—¿Qué intentas sacar de mi hermano? ¿Ahora que dejaste a Mateo, vienes a coquetear con él?
Carlos le sujetó el brazo y dijo:
—Ya, Camila, no le hables así a Aurora.
—¿Y acaso no es verdad? —lo apartó de un tirón