Cerré los ojos, aparté la cara, y respondí con seriedad:
—Sí, te mentí.
—Je, je, je...
Mateo retrocedió un par de pasos. Me miró con una sonrisa tan frágil que dolía verla.
—Ya lo sabía. Tú, Aurora, nunca has dicho una sola verdad. Pero ¿por qué tenías que hacerme esto? Yo también pensé en dejarte, en abandonar esta relación. Fuiste tú la que me pidió que me quedara, la que me hizo creer que me amabas. ¿Y ahora? Justo cuando pensé que podíamos ser felices, que por fin había alcanzado la dicha… vuelves a empujarme al abismo. Aurora, eres tan cruel. Tan cruel.
Sus palabras fueron como cuchillazos, uno tras otro, hasta desgarrarme el alma.
Bajé la mirada y hablé en voz baja:
—Todo eso lo dije antes de recuperar la memoria, no cuenta. Mateo, solo considéralo un “perdón”.
—¿“Perdón”? —se rio con amargura.
—Sabes bien que “perdón” es la palabra más inútil que hay.
—¿Entonces qué quieres que haga? —pregunté, levantando la mirada, con los ojos vidriosos—. ¿Quieres que te entregue mi corazón?
É