Capítulo 1116
Sus besos bajaban despacio por mi cuello, tibios y constantes, hasta mis clavículas y, de ahí, a mi pecho.

No tuve tiempo de reaccionar; a duras penas alcancé a balbucear:

—Si... si te queda energía, entonces... entonces ven...

Mateo se rio y se inclinó sobre mí.

En sus ojos muy negros brillaba una mezcla de deseo y picardía, con una sonrisa traviesa, casi peligrosa.

—Contigo —murmuró—, nunca se me acaba la energía.

¿Pero qué clase de frase era esa?

Sentí que la cara se me encendía; miré a otro lado, incapaz de sostener la suya.

Él volvió a reírse, con ternura.

—¿Tímida otra vez? Mi esposa es muy tímida.

Dicho eso, me besó.

Al principio su beso fue suave, pero tenía el efecto de un vino fuerte: embriagador, irresistible.

La temperatura de la habitación subía poco a poco; la luz amarilla de la lámpara de mesa caía sobre nuestras siluetas como un velo cálido y difuso.

El aire se llenó de una fragancia densa, sensual, de deseo.

Afuera el viento soplaba y azotaba las ramas secas contra la
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