Mateo se recostó en la silla, cruzó los brazos con aire relajado y le sonrió a Alan como si todo estuviera bajo control.
—Viniste en medio de la nieve para traerme las medicinas, fue un gran esfuerzo. Así que, como muestra de agradecimiento, quiero mirarte un poco más. Por si acaso te enfermas por el frío, así voy a poder notarlo a tiempo, ¿no crees?
Yo no pude evitar llevarme la mano a la frente.
¿Qué clase de excusa era esa?
Alan se quedó quieto, con los cubiertos en el aire.
Mateo, aún sonriendo, añadió:
—Vamos, come. Dijiste que estaba rico, ¿no? Come todo lo que quieras. Ah, por cierto, la habitación del lado izquierdo, arriba, la dejé para ti.
Alan lo miró, molesto.
—¿Para qué me la dejas?
Mateo sonrió con esa calma suya que daba miedo.
—¿Cómo? ¿Ya olvidaste lo que dijiste hace un rato?
La sonrisa de Mateo era tan amable que resultaba inquietante.
—Dijiste que querías quedarte a dormir hoy. Así que cuando termines de comer, subes a descansar. Yo me voy a quedar junto a tu cama, c