Mi corazón latía a mil por hora; me temblaba todo el cuerpo y no era capaz de decir ni una sola palabra.
Él soltó mi mano y la puso sobre mi hombro, con una mirada preocupada:
—Aurora, me lo prometiste.
Sí… le prometí que no volvería a ser tan imprudente, que no arriesgaría mi vida por hacerle daño a Camila.
Y, aun así, en ese instante, ¿qué hice?
Mateo apretaba la hoja del cuchillo, y esa sangre me quemaba los ojos.
Lo había herido.
Cuando me di cuenta de eso, la tristeza, la frustración y la culpa formaron un remolino dentro de mí.
Me dolía el pecho y me quedé sin aire.
Sentí que iba a colapsar.
Me sentí tan mal que pensé que me iba a morir.
Temblando, me llevé las manos a la cabeza y solté un grito desgarrador.
En ese instante, Mateo me envolvió en un abrazo que me abrigó.
Con su voz grave, me dijo:
—Aurora, no tengas miedo. Estoy aquí. Yo creo en ti.
Me quedé viendo el cuchillo manchado de sangre en el piso, y empecé a llorar sin control.
Hacía un poco que le prometí no perder la c