—Él no es ningún tío, no vuelvan a irse con él —dije con seriedad.
Embi me miró y preguntó en voz baja:
—Mami, ¿estás enojada?
No respondí. Aguantándome el enojo, los llevé directo al taxi.
Los dos niños, al ver mi cara, no se atrevieron a decir nada.
Cuando regresamos al hotel, Valerie aún no había vuelto.
Pedí la cena desde el celular para los dos pequeños y me dispuse a darme una ducha y descansar un poco.
Quizá porque me había mojado con la lluvia, me dolía la cabeza como si fuera a estallar.
Luki, atento, me sirvió un vaso de agua tibia.
Embi se acurrucó en mi pecho y preguntó con timidez:
—Mami, ¿de verdad no estás enojada?
—No —respondí sin mucho ánimo.
Embi hizo un puchero:
—Sí estás enojada, mami, cada vez que te enojas te pones así.
Suspiré y los acerqué a mí, preguntando con seriedad:
—¿Quién les dijo que podían irse con un extraño así nada más? Está bien que busquen a su papi por su cuenta, pero ¿por qué creen todo lo que les dicen y se van con cualquiera?
Luki infló las me