—¡El brazo de mi papi solo lo podemos agarrar mi hermana, mi mami y yo! ¡Tú, que eres mala, no puedes! —gritó Luki, apartando la mano de Camila del brazo de Mateo.
—¡Mocoso…! —Camila estaba a punto de explotar.
Pero Mateo acercó a Luki contra su pecho, protegiéndolo.
Camila se mordió el labio, tragándose la rabia, y volvió a su papel de víctima.
—Mateo… —dijo, con los ojos llenos de lágrimas.
—Me duele tanto el brazo y las rodillas… me siento mal…
Mateo la miró fijamente:
—¿De verdad tan mal?
Ella asintió:
—El brazo, la rodilla… hasta siento que me falta el aire. Mateo, ¿y si me vuelve a dar un ataque? Me siento tan mal…
Otra vez fingiendo.
Pensé que era irónico. Cuatro años y su “enfermedad del corazón” sigue igualita, nunca empeora, qué conveniente.
Ella lo miraba con esa cara de víctima, esperando su compasión.
Mateo observaba fijamente sus heridas.
Yo me mordí los labios, convencida.
Claro, ahora sí le duele verla lastimada…
Pues bien, que la acompañe entonces, a mí me da igual.
Es