Quise decir algo más, pero de pronto Luki apareció en la puerta y gritó:
—¡Mami, ven rápido con Embi, papi ya va a arrancar el auto!
—Pues que arranque, vayan ustedes dos.
Luki murmuró:
—Mami es un poquito mala.
Sonreí y me levanté para preparar las cosas.
Ya empezaba el otoño, con sus cambios repentinos de frío y calor. Preparé unas toallas pequeñas para que los niños se secaran el sudor y llené dos termos con agua tibia.
Cuando salí, Mateo estaba apoyado en el auto, con cara de irritado.
Me miró de reojo y de inmediato caminó hacia mí para arrebatarme la bolsa y los termos de las manos. Se le notaba la rabia.
Yo solo pensé: ¿Cómo puede estar enojado todo el día?
El parque no quedaba lejos; tardamos media hora en llegar.
En cuanto bajaron del auto, los niños corrieron emocionados hacia la entrada.
Mateo los detuvo de inmediato, les tomó la mano a cada uno y los llevó hacia adentro.
Lo vi y, por un momento, pensé que sí podía ser un buen padre.
Cuando llegó a la entrada, él se detuvo y