—Aurorita...
Antes de que pudiera girarme, mi hermano me abrazó por detrás. Me apretaba con fuerza, su voz quebrada y llena de dolor se escuchó cerca de mi oído.
—¿De verdad no puedes perdonarme una vez más?
Su voz triste me suplicaba.
Levanté la cabeza, mirando el cielo que comenzaba a oscurecerse. Aquellos momentos felices parecían tan lejanos, tan distantes.
Dije, con seriedad:
—Antes, sin importar cuántas discusiones tuviéramos, siempre nos reconciliábamos al final. Pero esta vez no será así. Mamá ya no está, y nosotros tampoco podremos reconciliarnos jamás.
—Pero mamá también dijo que, pasara lo que pasara, teníamos que apoyarnos y ser buenos hermanos toda la vida. ¿Lo olvidaste? —suplicó Carlos.
Al escucharlo, no pude evitar reír.
—Mamá también dijo que yo era tu única hermana, que debías cuidarme y protegerme. ¿Y tú? También lo olvidaste, ¿verdad?
Mi hermano apretó más sus brazos alrededor de mi cintura, sin decir nada.
Sonreí con ironía:
—Han pasado cuatro años y ¿todavía crees