Cuando llegué a la Clínica Sanitos, fui directo al mostrador de enfermería del área de hospitalización.
—Hola, ¿tienen a una enfermera llamada Mayi? —pregunté.
La muchacha del mostrador me miró y asintió.
—Sí, aquí trabaja una enfermera con ese nombre. ¿Puedo saber para qué la busca?
—Es un asunto personal, quiero hablar con ella. ¿Podrían llamarla, por favor?
—Perdón, señorita, pero estamos en pleno horario de trabajo. Seguramente Mayi está ocupada.
—Entonces la esperaré por aquí sentada. Si queda libre y pasa por acá, ¿me puede avisar? Muchas gracias.
Después de hablar con la recepcionista, me senté en una banca a un lado a esperar.
No había pasado mucho cuando escuché que alguien preguntó por mí:
—¿Señorita Cardot?
Me sorprendí y volteé la cabeza. Era Bruno, que venía hacia mí.
Con su bata blanca y las gafas de montura dorada le daban un toque distinguido.
—¿Qué la trae al hospital? —preguntó— ¿Vino a internar a su mamá?
—Vine especialmente a agradecerle a usted y a la enfermera May